jueves, octubre 31, 2013

Silencio en la nada luz


Silencio en la nada luz, de Eugenio Polisky
(Textos intrusos, 2013)


















Eugenio Polisky divide su poemario en cuatro partes: palabra, silencio, nada, luz. Y en cada una de ellas es donde se sitúa el ojo. “Se abren los ojos de las palabras”, escribe y no teme entrar en el centro violento de cada temática y en ese eje ficticio rodeado por campo del lenguaje que gira y muta los significados sin trayectoria previsible. La mayoría de los poemas tienen epígrafes (Juarroz, Pizarnik, Celan, etc.) que pareciesen aviso o advertencia amable —porque lo que está en juego es la mirada propia y la ajena—, entonces el carácter preventivo es para el autor y el lector: “no importa / algo te crece adentro / como si te leyeran o te miraran más profundo”. Luego, Polisky hace hablar a un ella que enuncia “sólo cantar lo que nunca” y marca que en el límite de la voz o del silencio está el canto; la corporeización del lenguaje en clave poética. El libro recorre y cuestiona el funcionamiento de los sujetos y la lectura: cómo nos configuramos a través de esos signos que emitimos y cómo ellos se nos revelan y nos transparentan. Él no da una forma exacta a las palabras, pero sí una identidad: “son palabras / y cómo hieren y recuerdan y prometen y esperan”. Es en ese herir, en ese silencio en el cual es posible existir y no, la nada referida desde uno “sólo existe el silencio desde afuera / porque adentro las lágrimas quedaron absorbidas”; los poemas a veces son como pinchazos, otras irónicos “entendió algo nuevo/ (una nueva mentira)” y el silencio vuelve con otra carga (todos los enveses están contenidos) y él denuncia esa ausencia de sonido, de tonos, de gestos como intento de distracción ante el dolor. Pero incluso en los poemas más densos la poética es una ondulación suave, minuciosa, casi amorosa. Polisky nos emparenta a todos, tal como lo describió Barthes: no hay escritor activo, ni lector pasivo. Él deja que sus versos se manifiesten en cada uno de nosotros —tal vez hasta tengamos la necesidad de cantar— y sentir ausencia, silencio, nada, luz.

Lorena Curruhinca

seña publicada en "Esto no es una revista literaria" Nº 12

viernes, septiembre 27, 2013

Fantasmas semióticos: Una chica de río de Lorena Curruhinca. Reseña de Marcelo D. Díaz






“Para nadar en aguas dulces se necesita del propio impulso.”   
  L.C


Alicia Genovese en el ensayo “Marcas de graffiti en los suburbios. Poesía postdictadura”(2011) aborda aquellas poéticas que se han apropiado de símbolos representativos de la cultura de masas. Tal sería el caso de Osvaldo Bossi con “Los poemas de amor que el Coyote le escribió al correcaminos” (1988) o de Hernán La Greca con sus superhéroes hablando en clave poética en el libro La fuerza (2001). Lo interesante de los poemas de
“Una chica de río”, como parte de un discurso específico, se me ocurre, es que la utilización de esos símbolos (películas de Hollywood, actores, estrellas del deporte, superhéroes) no concluye únicamente en la tarea de montaje sino que los símbolos en cuestión están ubicados en un lugar para significar en otra dirección.
 En el poema “De lo que veo en las películas” el yo-lírico enuncia: Robert de Niro está sobre/ un trozo de hielo/ que se desprende/hacia el/ océano./ Lleva a su padre, Víctor Frankenstein, muerto:/ quemándose entre troncos./Desde la orilla los mira el capitán./ Irse. Dejar las cosas,/pero ardiendo entre el fuego. Lo primero que pienso como lector es en el cambio de sentidos que se produce desde el principio, un título posible podría ser  “De lo que “no” veo” en las películas, como si al sentido explicito que navega en la superficie de la narración le siguieran otros sentidos, más oscuros, más íntimos y que están relacionados con la capacidad para leer entre líneas. 
En “Big Fish” – un film que en sí mismo puede ser considerado poético y una reflexión acerca de la complejidad y de los alcances mismos de toda narración posible– el yo-poético nos habla así: No quiero una muerte tranquila./No quiero la sintaxis del dolor./Cuando esté por morir/ quiero que me cuenten la historia de mi muerte/como a Edward Bloom: un hombre llevado en brazos/ mientras saluda a todos los que amó./ Luego inspirar profundo, sumergirme y transformarme en un gran pez. El deseo de sincretismo y la identificación entre el personaje de la película con la voz poética reúnen en un mismo espacio discursivo la experiencia de la poesía con elementos que configuran, desde cierta exterioridad al texto, una semiosfera de íconos populares. La historia que se narra, o que se re-escribe, está enunciada desde los límites de un discurso dislocado como si la experiencia de la muerte pudiese ser calibrada en términos del decir poético.
Se retoman símbolos pero no para incluirlos bruscamente en el poema. Sino que adquieren otra dimensión y se integran casi que de manera artesanal. En el texto “Fotos y poemas”  la poesía es una suerte de cábala o de páramo frente a las contingencias del presente: Y tener como mantra/  las palabras de Rocky -la última-/ en donde dice que no importan las batallas ganadas/ sino todos los golpes que podes aguantar, son los versos del poema. Recuerdo que la figura de Rocky aparecía en un ensayo (a modo de relato autobiográfico) del escritor cordobés Luciano Lamberti. Y pienso que Rocky difícilmente, como personaje mediático, haya dicho en algún punto algo que pueda bordear los límites de la poesía. El logro en este caso es precisamente ese: otorgarle un carácter reversible a las palabras del personaje de Stallone, atribuirle otra significación más cerca nuestro, digamos, introducir una forma y un contenido puntual en un lugar que es hostil con la poesía en su acepción más tradicional.  
“X- Men” es un poema compuesto de dos partes. En una primera instancia un docente explica cómo serán los humanos evolucionados desde lo cual el yo-lírico imagina: Mis hijos, entonces, ¿podrían desarrollar membranas interdigitales/ como las ranas o los patos? Querrán ser como aquaman, o como Nong,/ tener adaptaciones inusuales, nadar a una velocidad mayor,/ soportar mayor presión acuática o tendrán miedo de ser llamados/ por nombres que reverencien sus características y no poder alejarse/ jamás de tener ojos azules, azules /y de que el mundo todavía no esté listo para dejar de temer a la oscuridad. En la segunda parte la figura de Michael Phelps articula toda la versificación. Las analogías entre Phelps/ Aquaman, o entre X-Men/ super hombres/atletas, me retrotraen  al programa de Stan Lee “Superhumanos” en el cual el mismo genio creador de superhéroes se encarga de rastrear por el planeta personas “reales” que disponen de alguna facultad extraordinaria. De alguna manera en los versos aparecen esas representaciones del imaginario colectivo donde ciertas personas están a un paso más allá de la condición del resto de los normales. Los versos funcionan como si fueran cantos, como en los poetas clásicos, dirigidos hacia una especie de auto superación personal. 
El poema “Efecto Mariposa” dispone de otro símbolo “Back to the future”: Un día van a descubrir cómo viajar en el tiempo/ entonces/ Marty McFly va a volver con su patineta/ a enseñarnos a mirarnos antes de ser nosotros,/ a encontrarnos con nuestros padres;/ contemplarlos sin toda la construcción filial/ y luego del asombro, tocar acordes de una canción cursi/ para que se enamoren/ -otra vez-. La poesía en sintonía con las ucronías, como si resultara sensato y deseable revertir, o transformar, la serie de eventos que nos sucedieron en una especie de repetición infinita. En poetas contemporáneos y jóvenes la s.f.  se ha transformado en una fuente y en materia de la poesía misma. Pero no es algo que desarrollaré a continuación sino que lo dejo para otra oportunidad. Así como tampoco me he detenido en ampliar las diferencias entre algunos significados asociados a lo que se entiende por símbolo, ícono, o signo.
En fin, la experiencia residual con bienes simbólicos, por darle un nombre, de la cultura de masas opera en contrapunto con la propia subjetividad, con nuestro barrio, el río con sus gomones y así: Cada tanto, en el Río Negro aparecen toninas -especie delfín-,/ Escribo forzando el lenguaje, sobre superficie acuática: remover en las palabras para que el poema mantenga la propagación de la onda./ explica la voz del yo-poético como si la escritura de un poema fuese una acción transformadora en la realidad y la vivencia personal que altera lenta y silenciosamente el curso de los acontecimientos.-

Reseña publicada en "Esto no es una revista literaria" Nº 11


Marcelo Daniel Díaz (1981, Río Cuarto)
Poeta, narrador, ensayista. Se licenció en Lengua y Literatura. Forma parte del consejo editorial de la revista de estudios literarios Borradores de la Universidad Nacional de Río Cuarto. Publicó el poemario La sombrilla de Wittgenstein (Cartografías Ediciones, 2009), el libro de relatos Los límites de Tlon (Cartografías Ediciones, 2009) (ambos premiados en el concurso provincial por esa misma editorial), el poemario Newton y yo (Editorial Nudista, 2011) y el ensayo La palabra y la acción: la máquina de enunciación K (EDUVIM Ediciones, 2012). 

Este año la Editorial Colectivo Semilla reeditará el poemario La sombrilla de Wittgenstein.